"Lustra", de Ezra Pound, gracias a Juan Arabia



Por Luis Benítez

Posiblemente Ezra Weston Loomis Pound (Hailey, EE.UU., 1885-Venecia, Italia, 1972) sea el último “gran maldito” (uno de verdad, jugado en su apuesta literaria y vital) que le resta a la poesía occidental. En una época signada por los acatamientos a los lobbies literarios, las zancadillas y los atajos que conducirán o no al círculo de los autores canonizados, aceptados y anulados por la maquinaria cultural, el ejemplo del ceñudo poeta de Idaho, que enfrentó -y enfrenta todavía- al establishment y las buenas maneras de hacerse de una carrera literaria continúa vigente, incomoda, molesta.

Fascista, oficialmente declarado traidor a su patria -como Jean Genet a la suya-, ex convicto, ex demente y huésped de un manicomio, genial poeta, extraordinario crítico, erudito cabal, admirado entre muchos otros por T.S. Eliot, Robert Frost y William Carlos Williams -nada más y nada menos-, para quienes se asoman a sus obras posee el nublado resplandor del rebelde, ese condimento romántico de vago aroma. Aquellos que ya se adentraron en los sinuosos y espléndidos caminos de The Pisan Cantos (1948), Personae (1909), Umbra (1920) o Lustra (1916), cuya magnífica traducción por el poeta argentino Juan Arabia nos ocupa, habrán advertido desde un comienzo que estaban ante una obra singularísima, sin parangón posible... ¿a quién podemos comparar con Ezra Pound, no ya a Ezra Pound con otro poeta? ¿No es esa una de las marcas definitivas del genio?

Pero esa conducta, ese proceder en el mundo que va mucho más allá de la postura más o menos adecuada para el marketing literario de los tantos “enfants terribles” que lo precedieron o lo sucedieron ha sido siempre un estigma, a la vez que un ejemplo “nada conveniente”, de a qué extremos puede llegar un creador cuando está persuadido -¿con razón, sin ella?- estética y éticamente de cuál es su imago mundi particular y de qué tipo de coherencia se espera de él... y espera él de sí mismo. Grave, gravísimo ejemplo, que sigue pesando sobre Pound y marcando paradojas tales como que haya recibido, todavía internado en el hospicio de St. Elizabeth, el máximo reconocimiento de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica... apenas años después de que la CIA y el FBI dieran vuelta Italia, tras la rendición del Eje, buscando a su compatriota para capturarlo y meterlo en una jaula, dejándolo a la intemperie como si fuese una bestia.

Pero la consciencia poética trabaja a contrapelo, muchas veces, tanto de las paradojas de la historia como de los caprichos de las cortes literarias y así, aunque execrado por tantos en su tiempo, y posteriormente tan incomprendido como malinterpretado, Pound ha llegado al nuestro, al siglo XXI, tan vivaz y comprometedor como cuando, por ejemplo en 1959, pese a las secuelas de los electroshocks y la reclusión forzada, tuvo fuerzas todavía para fundar en Inglaterra una revista literaria, Agenda, que todavía sigue editando empeñosamente la querida Patricia McCarthy.

Si su figura y su obra siguen vigentes -cuando tantos poetas de su época fueron perdiendo primero sus editores y luego sus lectores- y, por el contrario, es Pound hoy en día el poeta una y otra vez redescubierto, ello se debe a la labor silenciosa, sin estridencias, de traductores, autores, críticos, admirados lectores que trabajan con una materia tan difícil como su soberana poesía y sus espléndidos ensayos, textos que distan mucho de haber agotado cuanto tienen para decirnos. Uno de esos trabajadores de la historia leal a sus máximos logros es Juan Arabia, quien bajo el sello Buenos Aires Poetry, de Argentina, se ha esforzado -y mucho- por dar lo mejor de sí en una traducción de Lustra (ISBN 9789874623317, Ed. Buenos Aires Poetry, 2016) que, estimo, no le disgustaría en lo más mínimo al exigente Ezra.

El lugar común indica que para traducir a un poeta el traductor también debe serlo. Ese es el caso de esta más que convincente traducción de Lustra, cuando Arabia ya acredita, amén de una obra ensayística recomendable, una labor poética que no se puede pasar por alto y nos ha legado, en cuanto a traducciones, otra joya reciente: su versión de Nuevos Versos y Canciones (ISBN 9789874576101, Ed. Buenos Aires Poetry, 2015), de Jean Nicolas Arthur Rimbaud (1854-1891).
El esmero y el cuidado que el traductor ha puesto en su intento de llevar a la lengua castellana las delicadas y complejas estructuras de Pound -presentes aun en textos como Lustra, tempranos en el curso de una obra tan dilatada- no han sido en balde: su versión de Lustra viene a corregir a tiempo, todavía a tiempo, falencias y malentendidos generados por intentos anteriores y menos afortunados, posiblemente no menos apasionados sus gestores por brindar, como Arabia, las mejores traducciones posibles de Pound, pero sin que el éxito coronara en sus casos tanta devoción.

El poeta argentino aunó en su perseverante trabajo tanto la fidelidad al texto original como la creatividad y el coraje indispensables para -con conocimiento y talento- alcanzar a ofrecerle al lector las equivalencias de sentido que parecen insalvables, muchas veces, entre una lengua y otra. Otro lugar común: ¿Es la poesía el género literario más difícil de traducir? Honestamente creo que sí lo es y por ello resulta más meritorio todavía el esfuerzo de los trabajadores del lenguaje, como Juan Arabia, que lo dan todo de sí para llevar a manos de aquellos lectores, los que no dominan la lengua original de los poetas mayores, sus mejores creaciones. ¿Un esfuerzo prometeico? Puede ser, pero en definitiva, con Lustra, de Ezra Pound, este de Arabia sí que valió bien la pena.


Párrafo aparte para el ajustado prólogo del traductor, excelente introducción a la vida y la obra de Pound, y para el acierto de Arabia al haber trabajado como original la última versión publicada por Alfred Abraham Knopf -entonces, un joven editor de 25 años, cuando Pound contaba 32- en 1917, la que incluye la totalidad de los poemas, entre ellos los censurados pudibundamente un año antes por el editor londinense Charles Elkin Mathews.

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